Tristeza veraniega

15:41

Ilustración de Maria Ines Gul

El verano tiene algo que nos pone melancólicos

Ahora que empieza agosto y la época estival llega a su fin, después de dos meses de vacaciones, he descubierto que el verano me deprime. 

La vida se vuelve tranquila, los niños salen a la calle y te recuerdan que esa etapa en la que cualquier cosa te divertía ha pasado, tus amigos se van de vacaciones; y tú, en el peor de los casos, te quedas sin saber qué hacer contigo por el resto de las tardes.
Mientras tanto, la televisión te bombardea con publicidad de helados coloridos, conciertos nocturnos, y parques temáticos donde todo el mundo parece divertirse empapándose. 

Pero no nos engañemos. El verano es solitario. El verano es la antesala al otoño, la promesa de que en menos de que cuentes diez, todo volverá a empezar, y todo empezará a morir de nuevo. 

Te da por pensar que la rutina escolar y laboral se pondrán en marcha nuevamente, como una rueda que nunca cesa y te pasea por sitios que ya estás cansado de ver. Y te maldices por no haberte apuntado al gimnasio en junio, y por no haber leído esa novela que tienes en la estantería desde hace tres años. Todo parece aburrido, desearías tener una piscina, y para colmo, la ropa veraniega te parece horrenda y calurosa -tal vez porque todo tu armario es negro -. 

La gran ironía -esto es divertido - es que nos pasamos el año esperando que llegue el verano. Y, cuando por fin llega, rezamos por que alguien nos salve del hastío.

La conclusión es que necesitamos sentirnos productivos, estar activos y ocupados para estar en paz. A partir de la tercera tarde sin nada que hacer empezamos a subirnos por las paredes. Es paradójico que pensemos que lo ideal sería tumbarnos eternamente en una hamaca, y no tener que trabajar jamás. Pero no, eso nos volvería locos. 

No digo que no sea bueno tener vacaciones. A mí me encantan. Pero con moderación. El tiempo suficiente para descansar, leer, viajar,... y no caer en un agujero negro.

Abracemos la vida ocupada: nada es más sano que poder quejarse de todas las cosas que quedan por hacer, porque nada es más sano que tener cosas que hacer. No vivimos para ser vegetales, ni para estar en una hamaca eternamente (aunque un par de horitas no le hacen daño a nadie). Llenemos nuestras agendas, aprovechemos el tiempo, librémonos de la vacía tristeza veraniega. 

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